lunes, 7 de julio de 2014

Platón visita la exposición 0,10 de Malévich, 100 años después (I)


El próximo año se cumple el centenario de la exposición de Kazimir Malevich titulada 0,10, en la que apareció por primera vez su famoso Cuadrado Negro. Como es bien sabido, en dicha exposición, el Cuadrado Negro ocupaba el lugar que, en las casas de tradición ortodoxa rusa, estaba reservado al icono principal: arriba, muy alto en una esquina en la intersección de dos paredes.

Malevich presentó “Cuadrado Negro” como un punto de quiebre en su carrera y en el arte en general. “Un icono completamente desnudo y sin marco”. Así lo definió Malevich. Que sea una nueva invención (una tabula rasa), la expulsión de los dioses y de los hombres del arte, la consumación artística del nihilismo; el silencio después de Auschwitz antes de Auschwitz... Son interpretaciones plausibles. Pero voy a intentar otra (no ajena a esta, pero que comienza en otro punto).

Quiero ensayar aquí una suerte de comparación entre Platón y Malevich. No vaya a ser que Platón se haya ido a esconder en los lienzos de Malévich (encontrar al filósofo en la caza del artista, al modo como ocurre en el Sofista, donde se encuentra al filósofo a la caza del sofista). Hay en el pensamiento de Platón una cercanía entre la sofística, la filosofía y el arte que pienso que vale la pena considerar (si bien no es este el lugar para ello). Voy a intentar algo “más” modesto (y menos modesto realmente).

Son cuatro puntos los que quiero dejar anotados en torno a esta comparación –ligeramente esbozados, más bien- (la crítica al arte imitativo; la imagen de la totalidad como punto de partida de la dialéctica; la necesidad de interpretación y la vuelta a la caverna).

Hoy mencionaré el primero: 
Es un tópico decir que el arte abstracto es una crítica a la comprensión del arte como mímesis. El arte abstracto (en el caso de Malévich, más que abstracto, no-objetivo) culmina el proceso iniciado por el romanticismo de abandono de los cánones ilustrados del arte como imitación de la naturaleza (la imitación como regla del arte), para pasar a ver el arte como expresión de la subjetividad. Pero, por ser un tópico, no es menos verdadero. En “Del cubismo y del futurismo al suprematismo” (manifiesto), hay una crítica muy lúcida a la pintura figurativa, que comienza con el graffiti del salvaje y refleja el deseo de reproducir y no de crear una forma nueva.

Malévich -y con él la vanguardia rusa- pretende una superación del límite del arte como imitación. Pero para eso, había que romper con dos cosas: el arte como representación; y su carácter “mundano o profano”, típico de la ilustración. Pero la vuelta no puede ser ya –o pareciera no poderlo ser a nivel conceptual- a un arte que sirve a lo religioso.

En esa misma línea va la crítica platónica. Como todos sabemos, Platón critica férreamente el arte. (El arte de su tiempo, nada menos que “el arte clásico griego”). ¿Por qué? La ambición del artista es reproducir la ilusión –la imagen- sin el objeto (República 596e): es la apariencia de la ausencia (del objeto desaparecido). (phainomena, eidola, phantasmata).

Para hablar del arte, Platón utiliza los mismos términos que para hablar de la sofística. Ambas son imitación y simulación. En negativo: ambos son charlatanes, mentirosos, hechiceros.  (Sofista 234; República 595). Tanto el artista como el sofista se ocupan de alguna suerte de no-ser.

Ahora bien: el problema de la sofística no es sin más ocuparse del no-ser. Como tampoco el oficio del filósofo es ocuparse del ser (el no-ser es muy interesante para despreciarlo; el conocimiento del no-ser es tan importante que, para el alma “omnívora” del filósofo –el adjetivo es de Platón, no mío- es tan deseable como el ser).

Decía: el problema de la sofística no es sin más ocuparse del no-ser. Entonces, ¿cuál es? ¿Qué es lo que resulta tan imperdonable para Platón? Lo mismo que critica en el arte de su tiempo: que es imitativo y con ello, muy alejado de la verdad (598b). Es pernicioso porque nos hace creer que es verdad –que es- aquello que no lo es. Lo que resulta imperdonable es no reconocer la ilusión como ilusión (hacer creer que es verdad). O sea, dicho en términos aristotélicos, confundir la verosimilitud con la verdad.


(Continuará)

jueves, 5 de junio de 2014

Sobre el título

El nuevo título se lo debo a mi colega y buena amiga Lourdes Flamarique, al lado de quien practico con frecuencia gimnasia dialéctica

Sobre dialéctica y filosofía


De la filosofía, dice Platón: 

en modo alguno es algo de lo que se pueda hablar como de otras disciplinas, sino que es gracias a un frecuente contacto con el problema mismo y gracias a la convivencia con él, que de repente surge este saber en el alma, igual que la luz que se desprende de un fuego que brota, alimentándose a partir de entonces a sí mismo. (Carta VII, 341c-d)
Es a través del contraste de ideas, a través del adiestramiento del diálogo, como se “enciende” el conocimiento. El ejercicio del pensamiento, el contacto continuo con lo estudiado y el sometimiento de lo pensado a crítica, es lo que permite que acontezca un conocimiento nuevo. Es nuevo para el que en ese momento piensa, pero en realidad, ése es el único tipo de novedad posible: la del pensamiento de cada cual. Tal conocimiento no sucede en solitario. Platón considera que es preciso un intercambio constante de ideas con otros que andan el mismo camino, y también con aquellos que sirven de maestros: 
es preciso aprender la mentira y la verdad de las cosas en su conjunto; y esto sucede con un esfuerzo constante y mucho tiempo. Con grandes penurias, por medio del mutuo contacto de unos y otros elementos (nombres y definiciones, visiones y percepciones), sometiéndolos a examen con críticas benévolas y carentes de envidia, a fuerza de preguntas y respuestas, se encienden, respecto a cada particular, la razón y la inteligencia, poniéndose en la mayor tensión posible según la capacidad humana. (344b) 
El ejercicio dialéctico permite partir el raciocinio desde los opuestos, desde las posturas contrarias, y enseña a andar todos los caminos posibles de la argumentación. Como bien le dice Zenón a Sócrates: “sin recorrer y explorar todos los caminos es imposible dar con la verdad” (Parménides 136e). Sin embargo, el ejercicio dialéctico puede ser fallido. No dice el texto que recorrer todos los caminos asegure la verdad. La verdad nunca está garantizada. Pero lo que es claro es que, sin recorrerlos, no es posible acertar. Nadie acierta en el planteamiento o la solución de una cuestión por suerte o azar. No porque no pueda encontrarse en el camino correcto por casualidad, sino porque incluso entonces no sabría que está en el camino adecuado, con lo que el conocimiento sería fatuo. Ahora bien, la posibilidad de no acertar, de errar el camino o de no reconocer que se está en el camino adecuado, no desecha lo valioso del ejercicio dialéctico. Porque algo ha cambiado en uno aunque uno no haya terminado de hacerse cargo de la realidad, y porque el rendimiento abstractivo que ha resultado de ello abre el horizonte de nuevas posibilidades de conocimiento.
No se trata solamente de que sea parte de la condición humana el preguntar. Ni que este rasgo se haga casi patológico en el caso del filósofo. En el ejercicio filosófico, no es cosa solamente de encontrar respuestas, sino de aprender a preguntar: de volver y abrir nuevos caminos, nuevos modos de acceso a las cuestiones de siempre.